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Monday, December 22, 2014

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Sunday, December 21, 2014

El pintoresco perfil psiquiátrico de Fidel que elaboró la CIA

La CIA elaboró en diciembre de 1961 un perfil psiquiátrico de Fidel Castro que, en buena medida, signó la conducta política de EE.UU. hacia Cuba y en especial, hacia el líder de la por entonces flamante Revolución Cubana. Hoy, cuando el diccionario de la Guerra Fría ha retornado al lenguaje común de la política internacional y se habla de “deshielo” en la relación entre EE.UU. y Cuba, el viejo informe psiquiátrico sobre Castro es un documento revelador y demostrativo de cómo encaraba el gobierno del presidente John F. Kennedy, el desafío de tener un estado comunista a escasas millas de la costa norteamericana.
¿Qué dice ese informe? Que Castro no está loco pero tiene una personalidad altamente neurótica e inestable, que lo hace vulnerable a ciertos tipos de presiones psicológicas; que tiene unas enormes ansias de poder y de ser reconocido y adulado por las masas, junto a una necesidad constante de rebelarse, de estar siempre enfrentado a un adversario, de derrocar a una autoridad existente; las críticas lo tornan inestable y hacen que pierda contacto con la realidad; que su egoísmo es, a la vez, su talón de Aquiles y que gran parte de su satisfacción y de refuerzo de su ego personal proviene de su relación con el argentino Ernesto “Che” Guevara y con su hermano Raúl Castro, hoy presidente. “Castro es intelectualmente dependiente y sumiso respecto del Che –dice– Su estabilidad emocional sufriría si Che no mantuviera una actitud firme y positiva hacia él. La ruptura de esta relación –sugieren los psicólogos de la CIA– probablemente derive en un Castro abatido y reduzca su efectividad”.

¿Impulsó la CIA una ruptura de las relaciones entre Fidel y el Che, más tentado por el comunismo chino que por el soviético, al que adhirieron los hermanos Castro? Por cierto, la CIA y los gobiernos de EE.UU., el de Kennedy y los que le siguieron, optaron por eludir pesados informes psiquiátricos e intentaron asesinar a Fidel con decenas de métodos, algunos extravagantes, con agentes secretos, cubanos en el exilio, mercenarios de toda laya o elementos de la mafia. Pero ¿cuánto hizo a las relaciones entre los dos países el informe que fue secreto y que hoy se exhibe, casi como una curiosidad, en la Biblioteca Presidencial y Museo John F. Kennedy de Boston?
Después de señalar los elementos neuróticos de la personalidad de Fidel, el informe, de tres carillas, apretadas en un interlineado de un espacio y fechado ocho meses después de la fracasada invasión a Bahía de Cochinos y diez meses antes de la Crisis de los Misiles que puso al mundo al borde de una guerra nuclear, señala que los “excepcionales elementos neuróticos de su personalidad son el hambre de poder y su necesidad de reconocimiento y adulación por las masas: es incapaz de obtener completa satisfacción de cualquier otra fuente”.
El estudio establece que cualquier tipo de crítica “lo vuelve inestable y proclive a perder contacto con la realidad” y sugiere: “Si Castro fuese atacado en forma consistente por aquellos a quienes pide su aprobación, el resultado sería probablemente un desorden de su personalidad, su ineficacia política e, incluso, una enfermedad emocional clínica, como la depresión”. “El egoísmo de Castro es su talón de Aquiles. Narcisista al extremo, en la victoria debe controlarlo todo, sin delegar autoridad. Cuando se enfrenta a la derrota, su primera preocupación es retirarse para reagrupar sus recursos”.
Después de analizar los vínculos de Castro con Raúl y con el Che, añade: “Castro parece ser un individuo pasivo que se defiende de sus miedos a esa pasividad con la exaltación de sus maneras agresivas y sádicas. Su hiperactividad, la anulación de la rutina, la falta de organización, su impulsividad, sus rabietas, sus tendencias masoquistas, incluso con un deseo hacia el martirio, parecen relacionadas al costado femenino-pasivo de su personalidad. Su necesidad compulsiva de estar “en la cima” y no ceder jamás el control o la autoridad, es otra indicación de sus miedos respecto a la pasividad”. En otro pasaje, el equipo psiquiátrico de la CIA de hace 53 años sugiere que “el desvelo de Castro por el cuidado médico y la alimentación de los más pobres, por brindar igualdad de oportunidades educativas a los no privilegiados, y su deseo de ser reconocido por ellos como un hermano benevolente y protector, indica un grado de conciencia muy herida. Sus castigos extremos a las violaciones y robos hablan también de cierto grado de culpa inconsciente que tal vez pueda ser usado en su contra”. Sin embargo señala que, “pese a depender de las masas para su sostén (…) no confía en ellas lo suficiente como para llamar a elecciones Su prioridad es mantenerse en el poder. Él probablemente destruiría a ambos, a sí mismo y al pueblo cubano, para preservar este estatus”.
El informe termina por destacar “la superior capacidad intelectual” de Castro, sus dotes como “líder revolucionario y agitador” y su “incapacidad para la organización y la administración. Además –dice– no puede confiar en nadie a quien delegar su autoridad"
Por Alberto Amato

Obama deja un Legado a los cubanos de todas las generaciones.

Aún fresca su victoria en la reelección de 2012, el presidente Barack Obama convocó a sus principales asesores y les pidió que “pensaran en grande” sobre una agenda para su segundo mandato, incluyendo allí las posibilidades de apertura de conversaciones con viejos enemigos de Estados Unidos, como Irán y Cuba. Dos años más tarde, después de una diplomacia secreta y minuciosa en pistas separadas, aunque sorprendentemente similares, los esfuerzos con Teherán y La Habana están en pleno apogeo.
Las negociaciones nucleares con Irán continúan y están lejos de ser un éxito garantizado. Pero el anuncio del miércoles pasado de que Estados Unidos y Cuba normalizan las relaciones tras más de 50 años de hostilidad, sugiere que uno de los últimos capítulos de la Guerra Fría puede estar cerrándose.
El acercamiento de Estados Unidos a Cuba comenzó con cautela en el año 2013, durante los primeros meses del segundo mandato de Obama. Se basaba en la idea de que ninguna mejora era posible a menos que el gobierno comunista de la isla liberara al contratista estadounidense Alan Gross, detenido y encarcelado en la isla por cargos de espionaje.
En la primera conversación después de que Obama nombrara a John Kerry como su nuevo secretario de Estado, los dos discutieron el encarcelamiento de Gross y la insatisfacción general con la política de Estados Unidos hacia La Habana. Kerry pidió rápidamente la ayuda del Vaticano, una de las pocas instituciones en el mundo respetadas ampliamente en los EE.UU. y en Cuba. El apoyo de la Iglesia Católica resultaría significativa.
Detrás de la escena, Obama comenzó a poner en movimiento las ruedas de su diplomacia secreta. Ninguno de sus funcionarios estaba autorizado a hablar. Exigió reserva absoluta.
Entre marzo y abril de 2013 el mandatario autorizó a dos de sus principales colaboradores a sentarse con los representantes del gobierno de Cuba para iniciar conversaciones exploratorias. Este esfuerzo coincide con otro de la misma dimensión, y también secreto: el diálogo entre funcionarios estadounidenses e iraníes en Oriente Medio sobre el programa nuclear del país persa.
Mientras las negociaciones con Irán se realizaban en Muscat (Omán) y en Ginebra (Suiza), las charlas con Cuba tenían lugar en las ciudades canadienses de Ottawa y Toronto, y en el Vaticano.
En junio del año pasado, Ben Rhodes, asesor adjunto de Seguridad Nacional de Obama, y Ricardo Zúñiga, asesor para América Latina, viajaron a Canadá para la primera de las nueve reuniones con sus homólogos cubanos.
Canadá no participó directamente de las negociaciones sino que jugó un papel de facilitador, similar al que desempeñó Omán en las negociaciones secretas entre Washington y Teherán.
Pero a principios de este año otro mediador poderoso ingresó forzosamente en el proceso con Cuba: el papa Francisco. El pontífice argentino le planteó a Obama la posibilidad de un acercamiento con Cuba en marzo, cuando el presidente de Estados Unidos visitó el Vaticano. Luego, en el verano, envió a Obama y Castro cartas instando a poner fin al congelamiento de décadas de duración.
Kerry, por su parte, realizó cuatro llamadas telefónicas en el mismo período con el canciller cubano, Bruno Rodríguez. Su planteo central fue que si algo le sucedía a Gross, de 65 años, las posibilidades de mejorar las relaciones con los EE.UU. habrían finalizado.
A partir de septiembre, los funcionarios estadounidenses y cubanos trabajaron en el Vaticano para finalizar el acuerdo. Las discusiones se desarrollaron prudentemente y culminaron el martes pasado en una conversación telefónica de 45 minutos entre Obama y Raúl Castro. Se trató del primer diálogo a nivel presidencial entre EE.UU. y Cuba desde que Fidel tomó el poder en 1959 y comenzó el embargo estadounidense en 1961.
El proceso fue muy similar al que permitió relajar las tensiones entre Estados Unidos e Irán el año pasado. En ese caso, Obama y el presidente iraní, Hassan Rohani, celebraron su propia llamada telefónica, lo que está llevando a un acuerdo nuclear histórico, con las discusiones más comprometidas entre ambos países desde Revolución Islámica de 1979 en Irán.
Mientras Obama hablaba por teléfono con su par cubano, Rhodes, Zúñiga y un puñado de asesores del mandatario festejaron en la Oficina Oval. La liberación de Gross, el intercambio de espías, la flexibilización de las sanciones comerciales estadounidenses y las promesas de ambos países de restablecer las relaciones diplomáticas fracturaron más de 50 años de operativos realizados por presidentes estadounidenses para aislar la isla o derrocar a Fidel y Raúl Castro.
Cuando el miércoles pasado Obama explicó en un discurso al país el nuevo camino que quería tomar con Cuba, Gross observó desde la Base Andrews en Maryland, a donde acababa de llegar desde Cuba. A su lado estaba Kerry, quien volvía de un viaje diplomático que incluyó una parada en el Vaticano.